viernes, 6 de junio de 2008

¿La adolescencia es tan difícil?




Tardes, días y horas imprecisas pasaban por la cabeza de Atilio, sin duda él era casi como un ser fantástico capaz de interpretar el lenguaje del viento o de alguna sombra pecaminosa que veía a la noche por los pasillos de su casa. Siempre sintió la conexión con algo más profundo que lo visible por todos, sin embargo tál y como uno prepara su comida para él ya era rutina, algo cotidiano que le resultaba parte de sí.
Los movimientos eran prácticamente igual durante el paso por la primaria, apoyaba siempre el pie izquierdo al bajarse de la cama, era casi sistemático el dejar las pantuflas al lado de su cama y a la mañana siguiente caminar a pie hacia el baño para sentir esa sensación de impacto climático de calor al frío sobre sus plantas, luego, pasaba al baño, amplio y blanco, se bañaba como un profesional a punto de ir a su trabajo, administraba sus útiles, acomodaba los apuntes, sus materiales, bajaba de la repisa algún libro con el que a mitad del día se alejaría de todo y de todos y lo guardaba como un tesoro en su gran equipaje del día, bajaba las escaleras de izquierda a derecha, de un lado al otro, escaleras amplias, de madera vieja y crujiente, al llegar al estar veía la hora, siempre veía la hora, surgía el punto exacto de salir al minuto preciso para caminar los minutos y segundos correspondientes de el día, ese reloj para él era su guía, era un reloj pegado a la pared, de madera, de los de antes, luego de ese ritual, acomodaba su ropa mirándose a un espejo, se ponía la mochila y salía, bien temprano salía, atravesaba el jardín de la entrada, pero no lo atravesaba porque sí, luego de salir de la casa caminaba 8 pasos con exactitud, miraba al cielo y percibía el clima, no era para él eso menos intenso y menos importante que una buena nota en sus calificaciones, se reservaba 8 segundos con exactitud también para respirar el olor de la mañana, y así percibía que tipo de mañana era la que le gustaba, el hecho de mirar al cielo, sentir un olor diferente pero a la vez eso lo hacía tener más dominio de su persona, él sabía que tipo de clima iba a hacer, sabía si tendría un buen día o no, eso sí que era determinante, luego de ese momento preciso caminaba con un rumbo fijo, pasar por la panadería del barrio, cruzar el parque del “viajante”, desviarse hacia el arroyo para luego retomar por medio de un camino que solo él recorría y llegar al colegio a tiempo exacto.


jueves, 5 de junio de 2008

Comienzo de algo.

Amenazante silencio de una noche de junio, humo a tras luz de una lámpara inquieta, titila imágenes, el personaje se pregunta si es lo que ve de verdad o lo que sus ojos despues de un incesante estudio quieren ver, quizás alucina, quizás no, tampoco es que él se mueve o analiza el por qué.
Ya no hay que sentir, porque lo sentido en sí paso, era todo tan irreversible, no había forma de encontrarse en sí, no llevaba el eje, se agitaba, y pedía más, más luces, más fantasmas, no rememoraba, porque al hacerlo sabría que sería en vano, premeditar la escena que culmino en fraude y engaño era en vano, premeditar para él sin duda era inútil.
Sacude el cigarro, de una marca francesa, limpia del papel amarillento una pestaña, cenizas y la goma del lapiz que había utilizado con anterioridad. No se escuchaba nada, repetía el eco, de sus trazos, repetía el silencio de su estomago muerto de hambre, se consumía, porque no había nada en él, salvo unos cereales de la tarde y algo de líquido que había ingerido mientras preparaba sus apuntes. Era seguidor de historias, amante de los otros y no de él, de su vida, se llenaba de personajes para ocultar su equipaje, de años.
Se preguntaba cuando desarrollaría algo más que relatos, cuando simplemente sería historia y no espectador y fue así que sin saber entro en parte de algo, en parte de la luz, que al oscuro del cuarto lo consumió.

¿Cómo formar parte de una historia?

Atilio tenía el poder de hilar historias, su magia partía de ellas, desde pequeño consumía gran parte de su tiempo en bibliotecas, se sentía próximo a algo indescritiblemente obvio, no tenía gran habilidad para los deportes debido a una discapacidad visiblemente física en una de sus piernas, por eso es que se dedicaba de lleno a satisfacer su fantasía con los libros. Niño de pocos amigos, ya que no pasaba gran parte del tiempo en el parque, al ser hijo único se retraía más, no porque no desease jugar con ellos, sino por su personalidad serena, poco alegre y sabionda lo reprmía al punto de no sentir seguridad en sí.
A los pocos días de cumplir 8 años su abuelo, con el que llevaba una excelente relación fallece y es allí donde el rechazo hacia a la gente empieza a dar un paso fuerte. Su abuelo era quién lo había criado, ya que sus padres ambos se dedicaban al comercio y debían viajar constantemente, su abuelo también fue quién lo inició en el mundo fantástico de los libros, solían jugar a inventar personajes, historias, a recrear historias de guerras, a disfrazarse de ellos y aprenderse los textos, eso era lo que más le encantaba, su diversión de días, el volar, el intentar ser otro aunque sea por un instante, el nacer y morir de una forma diferente con tan solo un paso de página, y tál y como una página su vida empezaba a cambiar.